En el mosaico de países latinoamericanos arraigados en la tradición católica, uno destaca por su singularidad: Uruguay. Con más de 100 años alejado de celebrar oficialmente la Navidad, este país ha mantenido una postura distintiva en cuanto a las festividades religiosas.
Desde 1919, Uruguay tomó una decisión radical al separar de manera concreta la Iglesia católica del Estado. Este paso significó dejar atrás la conmemoración del nacimiento de Jesús en favor de designar el 25 de diciembre como el «Día de la Familia». Esta determinación no solo afectó a la Navidad, sino que también transformó otros eventos religiosos, renombrándolos con términos no ligados a la práctica católica.
La raíz de esta situación se remonta a la aprobación de una Constitución en 1917, cuando Uruguay formalizó la separación entre la Iglesia y el Estado, garantizando la libertad de culto. Desde entonces, la influencia de la institución católica ha ido menguando progresivamente en el país.
A pesar de haber eliminado oficialmente la Navidad del calendario hace más de un siglo, esta festividad no ha sido completamente erradicada en Uruguay. Aunque los espacios públicos rara vez se adornan con elementos religiosos propios de la tradición católica, los árboles y luces navideñas son vendidos y disfrutados por un reducido grupo de entusiastas de esta festividad en el país.
Las ciudades uruguayas, al igual que en muchas partes del mundo, se envuelven en un aura festiva durante esta temporada. Aunque los pesebres y las figuras religiosas sean poco comunes en los espacios públicos, la población uruguaya se suma a la creación de un ambiente alegre y festivo durante la época navideña.